Predicador Bautista del “Tabernáculo
Metropolitano” de Londres
(1834-1892)
Con dolor vemos que
muchísmas iglesias carecen de la vitalidad necesaria para cumplir con la
comisión que les fue encomendada por el Señor y algunas otras están siendo
arrastradas por un “falso avivamiento” basado en el emocionalismo. Esta
reflexión, escrita hace más de cien años da justo en el clavo con respecto a lo
que necesitan las iglesias de Dios y en general los que profesan el
Cristianismo.
Alexander León J.
Avivamiento espiritual,
La necesidad de
“Oh Jehová, aviva tu
obra, en medio de los tiempos” Habacuc 3:2
La religión verdadera es
obra de Dios: es pre-eminentemente así. Si Él fuera a seleccionar de entre sus
obras aquella que Él estima más, sin duda seleccionaría la verdadera religión.
Él considera la obra de gracia aun más gloriosa que las obras de la naturaleza;
y por lo tanto tiene cuidado de que esto sea conocido. Así que si alguien se
atreve a negar esto, tendrá que enfrentarse a repetidos testimonios que
demuestran que así es, que Dios es verdaderamente del autor de Salvación en el
mundo y en los corazones de los hombres, y que la religión verdadera es el
efecto de la gracia, y que es obra de Dios. Creo que el Eterno perdonaría antes
el pecado de atribuir la creación del cielo y de la tierra a un ídolo, que el
pecado de atribuir las obras de gracia a los esfuerzos de la carne, o a
cualquier cosa aparte de Dios mismo. Es un pecado de gran magnitud suponer que
hay algo en el corazón del hombre aceptable delante de Dios, a excepción de
aquello que Dios mismo ha creado primero en él. Cuando se niega la obra de Dios
en la creación del sol, se niega una verdad; pero cuando se niega que Él es
quien realiza la obra de gracia en el corazón, se están negando cientos de
verdades en una; porque la negación de esta gran verdad, que Dios es el autor
del bien en las almas de los hombres, se están negando todas las doctrinas que
sostienen los grandes artículos de fe, porque si hay algo en nuestras almas que
nos puede llevar al cielo es la obra de Dios, y más aún, si ha de haber algo de
bueno y excelente en Su iglesia, esto es completamente obra de Dios, de
principio a fin. Creemos firmemente que es Dios quien despierta el alma que
estaba muerta, verdaderamente muerta “en delitos y pecados”; que es Dios quien
mantiene la vida de esa alma, y Dios quien consuma y perfecciona esa vida ahora
y para siempre. No atribuimos méritos al hombre, solo a Dios. No nos atrevemos
ni por un momento a concebir que hay métodos y medio que se puedan utilizar, excepto
la obra de Dios, quien es el Alfa y la
Omega , todo es del Señor. En consecuencia pensamos que
hacemos lo correcto al aplicar la obra de la gracia divina, tanto en el corazón
como en la iglesia; y entonces no encuentro otro texto más apropiado para el
tema que tratamos que este: “¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”
Primero, amados,
confiando en que el Espíritu de Dios me ayudará, me dedicaré a aplicar el texto
a nuestra alma de forma personal, y luego al estado de la iglesia en forma
extensa, porque de cierto necesita que el Señor avive Su obra en media de ella.
Primero entonces a
NOSOTROS MISMOS. Debemos empezar en el hogar. Muy frecuentemente queremos
castigar a la iglesia, cuando la disciplina debería ser puesta sobre nuestros
propios hombros. Vestimos a la iglesia como a un reo, la llevamos a juicio y
queremos ejecutar sentencia sobre ella; le amarramos las manos, y despellejamos
su temblorosa carne – encontrando faltas en ella cuando no la hay, y
magnificando sus pequeños errores; cuando nosotros con demasiada frecuencia
olvidamos los nuestros. Entonces, empecemos con nosotros mismos, recordando que
somos parte de la iglesia, y que nuestra propia necesidad de avivamiento
personal es la causa en gran medida del avivamiento en la iglesia en mayor escala.
Ahora, yo responsabilizo
directamente a la gran mayoría de los Cristianos profesos – y me responsabilizo
a mí mismo también – con la necesidad de un avivamiento de piedad en estos
días. Creo que la gran masa de Cristianos en esta edad necesitan un avivamiento,
y mis razonamientos son estas:
En primer lugar, miremos
la conducta y conversación de muchos de los que profesan ser hijos de Dios. Es
muy dañino para un hombre que ocupa el sagrado lugar de un púlpito adular a sus
oyentes, y por lo tanto no haré tal cosa. La evidencia la tienen ustedes que se
unen con iglesias Cristianas, y en la práctica van contra su profesión de fe.
Se ha vuelto muy común
en estos días unirse a una iglesia; ir donde se encuentren Cristianos profesos
y sentarse a la mesa del Señor, ya sea aquí o allá; pero ¿hay menos engaños de
los que había antes? ¿Se cometen menos fraudes? ¿Se nota un mayor grado de
moralidad? ¿Será que los vicios ya casi se han eliminado? No, no es esto lo que
vemos. Esta época es tan inmoral como cualquier otra anterior a ella; todavía
hay mucho pecado, aunque talvez esté tapado o escondido. La parte externa del
sepulcro puede ser que esté más blanca; pero por dentro; los huesos están tan
carcomidos como antes. Aquellos hombres que, en las revistas populares nos
presentan una imagen de la vida en Londres, no tienen por qué modificar la
verdad, podemos creerles – no tienen motivo para mentir; Y la imagen que nos
dan con respecto a la moralidad de esta gran ciudad es devastadora. Está llena
de criminales, llena de pecado; y digo que si todas las profesiones de fe que
se hacen en Londres fueran verdaderas, no habría lugar para tantos lugares
impíos como lo hay; no podría ser de ningún modo. Hermanos míos esto es
conocido de todos, y el que lo niegue hablaría con falsedad, ya que
lamentablemente no es garantía suficiente para medir la honestidad de un hombre
el hecho de que pertenece a una iglesia, como debería de ocurrir. Esto es algo
difícil de reconocer para los ministros Cristianos, pero si no lo decimos nosotros,
y si los amigos no lo dicen, los enemigos lo harán; y es preferible que
hablemos la verdad entre nosotros, y que se sepa que nos avergonzamos de esta
situación, que los de afuera se enteren que negamos lo que deberíamos
reconocer. Oh, señores, las vidas de muchos miembros de iglesias Cristianas
proporcionan una grave causa para sospechar que no hay nada de bondad en ellas!
¿Por qué ese afán por conseguir dinero? ¿Por qué esa avaricia y codicia? ¿Por
qué ese deseo de seguir el estilo y las maneras de un mundo malvado? ¿Por qué
ese olvido de las necesidades de los pobres, ese mal trato a los obreros, y
cosas similares, - Si los hombres son lo que profesan ser? Dios en el Cielo
sabe que lo que estoy hablando es cierto, y muchísimos aquí lo saben también. Si
fueran Cristianos al menos deberían anhelar el avivamiento; si es que hay vida
en ellos, es solo una chispa que debe estar cubierta por montones de ceniza;
tendrán que atizarla, Ay! Y también necesita removerse, para ver si,
felizmente, algunas de las cenizas se apartan y la chispa puede encender. La
iglesia quiere avivamiento en las personas de sus miembros. Los miembros de
iglesias Cristianas no son ya lo que una vez fueron. Ahora está de moda ser
religioso; ya no hay persecución como antes; y... Ah! Bueno ya casi lo dije:
las puertas de la iglesia parece que también fueron quitadas con la
persecución. La iglesia está, con pocas excepciones, del todo sin puertas; sus
hijos vienen y van, salen y entran, del mismo modo como entran y salen de la Catedral de San Pablo, y
lo hacen un lugar de paso, en vez de considerarla un lugar sagrado, santificado
al Señor, y para la excelencia de la tierra, en el cual Dios tiene su deleite.
Si este no es su caso personal, entonces no tiene de qué arrepentirse, ni tiene
que confesar su pecado, pero si esta es su situación, Oh, humíllese bajo la
poderosa mano de Dios; pídale que lo pruebe y lo lleve a cuentas, y si usted no
es su hijo que le ayude a renunciar a su profesión falsa, para que no sea su
ridícula vestimenta de muerte, su ropa de gala barata para ir al infierno. Si
usted es Suyo, pídale que le dé más gracia, de modo que puede renunciar a la
falsedad y a las necedades, y volverse a Él con verdadero propósito de corazón,
como efecto de una piedad avivada en su alma.
En los casos donde la
conducta y la profesión de los Cristianos es consistente, permítanme hacer una
pregunta, ¿No es cierto que la conversación de muchos profesores de Biblia nos
hace dudar del fruto de su piedad, o al menos nos impulsa a orar para que su piedad
sea avivada? ¿Han notado la conversación de muchos que se llaman a sí mismos
Cristianos? Podríamos vivir con ellos desde el primero de enero hasta el final
de diciembre, y nunca tendríamos queja de que hablan mucho de religión, porque
ni siquiera la mencionan. Escasamente mencionan el nombre del Señor. En la
tarde del día del Señor se habla de sobre de los ministros de la iglesia, se
les encuentran faltas tanto a este como a aquel, y se hacen toda clase de
conversaciones, que podrían llamarse “religiosas”, porque tienen que ver con
lugares religiosos. Pero ¿hablan alguna vez los que van a las iglesias, de lo
que se dijo y se hizo, y de lo que el ministro sufre por el rebaño? ¿Recibe
usted alguna vez el saludo de su hermano que le dice: “Amigo, ¿cómo prospera tu
alma?" Cuando entramos en la casa de nuestros hermanos, ¿tenemos el
interés principal de hablar de la verdad de Dios? ¿Piensan que Dios se asomará
desde el Cielo para escuchar la conversación de su iglesia, como está escrito
que “El Señor se inclinó y oyó, y fue escrito un libro en memoria para aquellos
que temen a Jehová y que meditan en su nombre?" Yo declaro solemnemente,
porque lo he observado detenidamente, y creo que imparcialmente, que la
conversación de los Cristianos, aunque no se puede tachar de inmoral, sí se
puede tachar por su calidad de Cristianismo. Hablamos muy poco de nuestro Señor
y Dueño. La palabra “sectarios” ha calado tanto en medio nuestro, que no
podemos mencionar a Cristo, para no ser tachados de sectarios. Yo soy un sectario
entonces, y espero serlo hasta el día que muera, y me glorío en ello; porque no
puedo entender cómo, en nuestros días, un hombre puede ser un Cristiano,
verdadera y sinceramente, sin siquiera intentar merecer para sí mismo este
título. ¿Por qué no hablamos de esta doctrina? Porque es posible que otros no
crean así, o aún nieguen estas verdades; y preferimos la comodidad de
conversaciones en las cuales todos estamos de acuerdo, y estos tópicos serán
pues cosas mundanas y no espirituales. ¿No es esto cierto? ¿Y no es un triste
pecado de nuestra parte, que tengamos que estar orando: “Señor, aviva tu obra
en mi alma, para que mi conversación sea más semejante a la de Cristo, sazonada
con sal, y dirigida por el Espíritu Santo”?
Aún una tercera
observación. Hay algunos cuya conducta es todo lo que podríamos desear, su
conversación es en gran parte relacionada con el evangelio, tiene sabor a la
verdad; pero aún ellos han de confesar una tercera responsabilidad o culpa, la
cual con dolor cargo sobre mí mismo; cual es, que hay muy poca comunión real
con Cristo Jesús. Si por la gracia de Dios hemos sido capacitados para mantener
una conducta tolerablemente consistente, y no se nos puede culpar de algo,
cuánto tenemos que llorar por nosotros mismos, por falta de aquella santa
comunión con Jesús que es la verdadera marca de un verdadero hijo de Dios,
hermanos míos. Permítanme preguntarles: ¿Hace cuánto que han experimentado una
visita de Jesús en la intimidad, de manera que puedan decir, “Mi amado es mío,
y yo soy Suyo, Él apacienta en medio de los lirios?” ¿Hace cuánto que “él le
llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre usted fue amor?” Talvez
algunos de ustedes puedan decir, “Esta mañana le vi; contemplé su rostro con
alegría, y fui alentado con su faz”. Pero temo que la mayor parte tendrá que
decir, “Ah, señor, por meses he estado sin recibir el brillo de su rostro.”
¿Qué han estado haciendo entonces? Y ¿cuál ha sido el camino que han estado
llevando? ¿Han gemido entonces cada día? ¿Han llorado cada minuto por ser esto
así? “No!” Y deberían haberlo hecho. No puedo entender cómo nuestra piedad
puede brillar de forma alguna, si no vemos la luz de Cristo y seguimos
contentos como si nada. Sí es posible que los Cristianos pierdan a veces la
comunión con Jesús; la conexión entre ellos mismos y Cristo puede afectarse
severamente a veces, en cuanto a lo que los sentimientos les dictan; pero ellos
han de lamentar y llorar esta pérdida de comunión con Dios. ¡Cómo puede ser!
¿Es Cristo tu Hermano, y vive Él en tu casa, y no has pasado tiempo en
conversación verdadera con Él? Me parece que hay poco amor entre tú y tu
Hermano, puesto que no has tomado el tiempo para compartir con Él en todo este
tiempo. ¡Cómo puede ser! ¿Es Cristo el esposo de su iglesia, y no tiene ella comunión
con Él? Hermanos míos, no quiero condenarlos, no quiero juzgarlos, pero por
favor dejen que su misma conciencia hable dentro de ustedes. Mi conciencia
hablará y así debe hablar la de ustedes. ¿No nos hemos olvidado de Cristo? ¿No
hemos vivido demasiado sin tomarlo en cuenta? ¿No hemos estado bien contentos
con el mundo, en vez de tener deseo por Cristo? ¿No hemos sido todos nosotros
esa oveja querida, que ha bebido de la copa de su amo y se ha alimentado de su
mesa? Entonces, ¿cómo es que preferimos irnos a alimentarnos lejos a las
montañas, en vez de venir al hogar? Me temo que muchos de los pesares de
nuestro corazón provienen de nuestra falta de comunión con Jesús. No muchos de
nosotros somos la clase de hombres que, al vivir cerca de Jesús, conocen sus
secretos. Oh! No; vivimos tan lejos de la luz de su rostro; y tan felices lejos
de Él. Hagamos pues juntos esta oración, porque estoy seguro de que la
necesitamos en alguna medida: “O Jehová, aviva tu obra!” Ay! Pero me parece
escuchar por ahí a algún profesor decir: “señor, yo no necesito ningún
avivamiento en mi corazón; soy todo lo que quiero ser”. ¡Arrodílllense hermanos
míos! ¡Doblen sus rodillas por el que así piense! Él es el que necesita más
oración de todos. Dice que no necesita avivamiento en su alma; pero necesita un
avivamiento en su humildad, en cualquier medida. Si supone que él es todo lo
que debe ser, y reconoce que es todo lo que quisiera ser, entonces su noción
del Cristianismo es bastante pobre, o de lo que debe ser un Cristiano, además
de ideas muy inadecuadas de sí mismo. Porque los que están en mejor condición
espiritual, aún así desean avivamiento, y reconocen su situación y gimen por
ella.
Ahora que creo que he
argumentado con suficientes pruebas mi queja; permítanme notar en el texto algo
que todos nosotros tenemos. No solo hay mal implícito en las palabras – “O
Jehová, aviva tu obra”; más bien es evidente. Habacuc sabía cómo clamar. Oh
Jehová, decía él, “aviva tu obra!”, Ah, y hay muchos de nosotros que queremos
ver avivamiento, pero pocos de nosotros tenemos un verdadero sentimiento de
necesidad por Él. Es una bendita marca de la vida interior, cuando sabemos cómo
lamentar nuestro alejamiento del Dios viviente. Es fácil encontrar por cientos,
a los que se han apartado, pero con dificultad hallamos a los que de verdad
lamentan haberse alejado. El verdadero creyente, sin embargo, cuando se da
cuenta que necesita avivamiento, no se sentirá feliz; sino que comenzará esa
continua e incesante necesidad de clamar a Dios, el cual finalmente escuchará,
y traerá la bendición del avivamiento sobre él. Este creyente no parará durante
días y noches, no tendrá descanso, siempre clamando “¡Oh, Jehová, aviva tu
obra!”
Permítanme mencionar
algunos tiempos de clamor, que siempre ocurrirá al Cristiano que necesita
avivamiento. Estoy seguro de que clamará siempre, cuando mire lo que el Señor
ha hecho en su vida desde antes. Cuando medite en los montes Mizar y Hermón,
aquellos lugares donde el Señor se le ha aparecido, diciendo, “Con amor eterno
te he amado”, estoy seguro de que el Cristiano no puede recordar esas épocas
sin derramar lágrimas. Si es lo que debe ser como Cristiano, o si piensa que no
está en una correcta condición, siempre llorará al recordar el amor bondadoso
de Dios que le ha sido mostrado en el pasado. Oh, siempre que el alma ha
perdido la comunión con Jesús, no puede soportar recordar los “carruajes de
Aminadab”; no puede pensar en “la casa del banquete”, porque hace tiempo que no
ha estado allí; y cuando piensa en ello ha de decir,
“Las horas de paz que
entonces disfruté,
cuán dulce memoria aún
guardan.
Pero han dejado un vacío
doloroso
Que el mundo jamás podrá
llenar”
Cuando escucha un sermón
que se relaciona con la gloriosa experiencia del creyente que está en estado
saludable, querrá tapar sus oídos y decir, “Ah! Esa fue mi experiencia una vez;
pero aquellos días felices han pasado. El sol se ha puesto; aquellas estrellas
que una vez alumbraron mi oscuridad se han ido; Oh! Si yo pudiera sostenerlo de
nuevo; Oh! Si yo pudiera ver su rostro una vez más!; Oh! Anhelo aquellas dulces
visitas de lo alto; Si esta es tu situación, te sentarás por los ríos de
Babilonia y llorarás. Llorarás al recordar cuando subías a Sión – cuando el
Señor era precioso para ti, cuando Él llenaba tu corazón de la plenitud de Su
amor. Aquellos tiempos serán tiempos de clamor, cuando recuerdes “las lágrimas
en la mano derecha del Altísimo”.
También, para un
Cristiano que desea avivamiento, las ordenanzas serán momentos de clamor.
Subirá a la casa de Dios; pero dirá cuando salga, “Ah! Qué cambio tan terrible!
Antes iba con la muchedumbre que guarda el día del Señor y lo santifica como
precioso. Al elevar las canciones mi alma tenía alas, y arriba subía teniendo
su nido en las estrellas; cuando se ofrecía la oración, yo podía decir con
devoción, ‘Amén’; pero ahora, el predicador da el sermón como antes, mis
hermanos se edifican como antes; pero el sermón me parece seco, sin sentido. No
está la falta en el predicador, la falta está en mí mismo. El himno es el mismo
– la misma dulce melodía, como armonía pura; pero mi corazón está pesado; las
cuerdas de mi arpa se han reventado, y no puedo cantar”; y aquél Cristiano
volverá a los benditos medios de gracia, suspirando y sollozando, porque sabe
que desea avivamiento. De forma específica, en la Cena del Señor pensará,
cuando se siente a la mesa, “Oh! Qué bellas temporadas tuve aquí antes! Al
partir el pan y beber el vino que mi Señor me presenta.” Añorará los tiempos en
que su alma era llevada como al séptimo cielo y se convertía la casa
verdaderamente en “casa de Dios y puerta del cielo”. Pero ahora, dice, “es pan,
solo pan seco para mí; es vino, vino sin sabor, sin dulzura alguna del paraíso
en él; Bebo, pero en vano. No estoy pensando en mi Cristo. Mi corazón no se levanta;
mi alma no eleva pensamientos como debería acerca del Él!” y entonces el
Cristiano comenzará a clamar de nuevo – “Oh, Jehová, aviva tu obra!”
Pero no los detendré más
en este asunto. A aquellos entre ustedes que saben que son de Cristo, pero sienten
que no están en la condición que desean, porque no le aman lo suficiente, y no
tienen aquella fe en Él que deserían tener, solo les preguntaría: ¿Se lamenta
usted de esto? ¿Puede clamar ahora? Cuando siente que su corazón está vacío -
¿se trata de un vacío que duele? Cuando siente que sus ropas están sucias -
¿puede lavarlas con sus lágrimas? Cuando piensa que su Señor se ha ido -
¿levanta usted la bandera negra del duelo y grita, “Oh, mi Jesús! Oh, mi Jesús!
No me dejes? Si no hace esto, entonces le exhorto a que lo haga. Hágalo,
hágalo; y quiera el Señor darle la gracia para continuar haciéndolo, hasta que
venga el momento en que su alma reviva.
Y recuerde, en último
lugar, con respecto a este punto, que el alma, cuando de verdad es traída a
reconocer su propio estado, por causa de su alejamiento de Dios, nunca
disfrutará a menos que clame y se vuelva en oración y ruego, y hasta que no ore
como estamos diciendo: “Oh, Jehová, aviva tu obra”. Algunos de ustedes dicen
talvez, “sí señor, siento mi necesidad de avivamiento, y tengo la intención de
comenzar esta tarde, en cuanto salga de aquí, de revivir mi alma” NO lo diga,
y, sobre todo, no trate de hacerlo, porque nunca lo logrará. No tome decisiones
con respecto a lo que va a hacer; sus buenos propósitos van a quebrarse en
cuanto los formule, y sus propósitos mal logrados solo servirán para aumentar
el número de sus pecados. Yo les exhorto, en vez de tratar de avivar sus
propias almas, ríndanse en oración. No digan, “Me voy a avivar”, más bien
clamen “Oh, Señor, aviva tu obra!” Y déjenme decirles esto con toda solemnidad,
ustedes nunca se habrían percatado de la triste situación de sus almas y de
cuánto se han alejado de Dios, hasta que ustedes mismos hablen de la necesidad
personal de avivamiento. Un soldado herido en batalla no se cura a sí mismo sin
tener medicina, ni va a un hospital por sí mismo cuando ha sido herido en la
batalla. Esto es lo mismo que pensar que usted se puede reavivar a sí mismo sin
la ayuda de Dios. Te advierto que no lo intentes, no busquen hacer cosa alguna
para reavivar sus almas, hasta que hayan reconocido que lo primero que se debe
hacer es dirigirse al Señor en humilde oración suplicando Su poder – si usted
no ha clamado “Oh, Jehová, aviva tu obra”
Recuerde, es Aquel que
primero le dio vida, el mismo que lo puede mantener con vida; y Aquel que lo ha
mantenido con vida ha de restaurar su vida también. Aquel que lo ha preservado
de caer en el fondo del abismo, cuando sus pies casi han resbalado, es el único
que puede ponerlo sobre la roca, y establecerte con seguridad. Comience,
entonces, por humillarse renunciando a toda forma de auto-confianza o esperanza
de reavivarse a sí mismo como Cristiano, en vez de esto, hay que empezar con
firme oración y sincera súplica delante de Dios: “Oh, Señor, lo que yo no puedo
hacer, hazlo tú! Oh, Jehová, aviva tu obra!”
II. Y ahora seguiré con
la segunda parte del asunto, sobre el cual debo ser más breve. En LA IGLESIA MISMA , vista
como un cuerpo, esta plegaria debe ser un solemne e incesante ruego: “Oh,
Jehová, aviva tu obra!”
En la era presente hay
un triste descenso en la vitalidad de la piedad. Esta edad se ha vuelto la edad
de las formas, en vez de la edad de la vida. Volvamos unos cien años atrás
cuando se puso la primera piedra para construir este edificio donde adoramos a
Dios. Eran los días de la vida divina, y del poder, enviado de lo alto. Dios
revistió a Whitefield de poder: él predicaba con una majestad y una fuerza que
pocos serían capaces de reproducir; no porque fuera él algo en sí mismo; sino
porque Su Amo le dio estos dones. Después de Whitefield vinieron varios grandes
y santos hombres. Pero ahora, señores, hemos caído en los malos tiempos. Ya
casi no hay hombres en este mundo; ya casi no quedan. Casi no tenemos hombres
en nuestro gobierno que manejen las políticas correctamente y casi tampoco con
respecto a la religión. Tenemos quienes realizan las tareas, y de forma externa
todo parece seguir la forma antigua, pero los hombres que se atrevían a ser
singulares, es decir singulares en el sentido de que querían hacer lo correcto
y aborrecían la impiedad, ya casi no se ven. En comparación con la era
puritana, ¿dónde están nuestros maestros en Biblia y rectores? Aquellos Howes,
aquellos Charnocks. ¿Podríamos juntar tantos nombres como antes que se podían
listar más de cincuenta a la vez? No lo intentaría. Tampoco podríamos traer
aquella galaxia de gracia y talento que siguió a Whitefield. Pensemos en
Rowland Hill, Newton, Toplady, Doddridge, y tantos otros que no habría tiempo
de mencionar. Se han ido, se han ido; Sus venerables cenizas duermen en el
polvo, y dónde están sus sucesores? Preguntemos ¿Dónde? Y el eco nos responderá
¿Dónde? No hay ninguno. Sucesores de estos hombres, ¿dónde están? No los ha
levantado Dios aun, y si lo ha hecho, no los habéis encontrado. Hay
predicación, y ¿qué es esto? “Oh, Señor, ayuda a tu siervo a predicar, y
enséñale por medio del Espíritu lo que debe decir.” Luego se lee el sermón. Un
insulto al Altísimo Dios! Tenemos predicaciones pero de esta clase. Esto no es
predicación. Esto es hablar muy bonito y muy finamente, con gran elocuencia,
digamos en el sentido mundanal, pero ¿dónde está la predicación verdadera, como
la de Whitefield? ¿Han leído alguna vez alguno de sus sermones? Ustedes no lo
considerarían elocuente; más bien sus expresiones eran rudas, frecuentemente
parecían desconectadas; y se dice mucho de la forma en que declamaba; lo cual
caracterizaba en gran parte su discurso. Pero, ¿dónde estaba su elocuencia? No
en las palabras que usted puede leer, sino en el tono en que las decía, en la
sinceridad con que las expresaba, en las lágrimas que siempre corrían por sus
mejillas, en el derramamiento de su alma mientras predicaba. La razón de su
elocuencia radicaba en el significado de las palabras. Él era elocuente, porque
hablaba de corazón – desde la profundidad del alma. Podemos notar que cuando
hablaba de verdad creía lo que decía. No predicaba por contrato, como una
máquina, sino que predicaba lo que sentía que era la verdad, y lo que no podía
dejar de predicar. Si le escuchaban predicar, podía notarse que si este hombre
no predicara se moriría, porque lo hacía como si fuera una necesidad imperante
para él, y con todas sus fuerzas él llamaba a los hombres diciendo: “Ven, Ven!,
Ven a Jesucristo, y cree en Él!” Ahora, esto es lo que falta en nuestro tiempo.
¿Dónde? ¿Dónde está la pasión? No la encontramos ni en el púlpito ni en las
bancas, en la medida que la deseamos; y es una triste, triste edad, cuando se
mofan de la pasión por el evangelio, y cuando el verdadero celo que debería
caracterizar al púlpito se considera simple emoción o fanatismo. Pido a Dios
que nos hiciera tales fanáticos aunque el resto de la gente se burle y
despreciara nuestro entusiasmo. Consideramos el mayor fanatismo de este mundo
dirigirse al infierno, el mayor entusiasmo de esta tierra el amor al pecado en
vez de a la justicia; y no consideramos ni fanáticos ni emocionales a aquellos
que buscan obedecer a Dios antes que a los hombres, y seguir a Cristo en todos
sus caminos. Repetimos entonces, que una triste prueba de que la iglesia
necesita avivamiento es la ausencia de esa pasión ardiente que alguna vez se
veía en los púlpitos Cristianos.
La ausencia de sana
doctrina es otra prueba de la necesidad de avivamiento. ¿Saben a quiénes llaman
Antinomianos ahora? ¿A quiénes tildan de “hipers?” ¿De quiénes se burlan y
rechazan por considerarlos con error en su fe? ¿Por qué lo que antes se llamaba
“ortodoxo” ahora se trata como herejía? Podemos retroceder a los días de los
padres Puritanos, a los artículos que alguna vez abrazó la Iglesia de Inglaterra, a
la predicación de Whitefield, y podemos decir que esa predicación, es la que
amamos; y las doctrinas que fueron antes proclamadas. Pero como escogimos
proclamarlas ahora también, somos considerados extraños y raros; y la razón es
que la sana doctrina ha decaído en gran manera. Veamos cómo empezó el descenso:
Primero que todo, aunque las verdades fueron creídas, los ángulos fueron
suprimiéndose. El ministro creía en la elección, pero no utilizaba esa palabra,
por temor de que el diácono sentado en aquella banca se fuera a incomodar.
Creía que todos los hombres estaban perdidos, pero no lo anunciaba
positivamente porque si lo hacía, había una dama en desacuerdo, - y ella había
dado tanto para la capilla – podría ser que no volviera a la iglesia; así que
mientras él sí creía esta verdad, y la anunciaba en cierto sentido, trataba de
pulir estas ásperas esquinas un poquito. Al final se llegó a esto. Los
ministros decían, “Creemos estas doctrinas, pero no consideramos que sea
apropiado predicarlas a la gente. Dijeron: “Es verdad, las grandes doctrinas de
la Gracia ,
fueron predicadas por Cristo, por Pablo, por Agustín, por Calvino, y hasta esta
era por sus sucesores, y son ciertas, pero es mejor evitarlas – hay que
tratarlas con mucho cuidado; son muy elevadas y peligrosas, y es mejor no
predicar de eso; aunque creemos que es verdad, no nos atrevemos a predicarlas.
Después de eso vino algo aún peor. Dijeron para sí mismos, “Bueno, si estas
doctrinas no se deben predicar, talvez no sean tan verdaderas”; y luego otro
paso más y rehusaron por completo predicarlas. No lo dijeron expresamente,
talvez, pero lo decían, pero insinuaban que estas doctrinas de la gracia no
eran tan verdaderas, y como si los que sí las creíamos fuéramos los intrusos,
“nos echaron de la sinagoga”. Así que pasaron de mal a peor; y si ustedes leen
el estándar según los maestros en divinidad de esta época, y lo comparan con el
estándar según los maestros en divinidad de los días de Whitefield, se darán
cuenta de que no concuerdan. Ahora tenemos una “nueva teología”. ¿Nueva
Teología? ¿Por qué? Es una teología que ha destronado a Dios y ha puesto al
hombre en el trono, una doctrina de hombres, y no la doctrina del Dios Eterno.
Necesitamos un avivamiento de sana doctrina una vez más en medio de la tierra.
Y la iglesia en general,
es posible, que necesite una avivamiento de real compromiso en sus miembros.
Todavía no somos los hombres de Dios que podemos pelear Sus batallas. Todavía
no tenemos la entrega, el celo, que antes tenían los hijos de Dios. Nuestros
ancestros fueron hombres de roble, hombres de sauce. Nuestro pueblo, ¿dónde
está nuestro pueblo? Son fuertes en doctrina cuando andan con hombres fuertes
en doctrina; pero débiles y titubeantes cuando andan con otros, y cambian tan
frecuentemente a como cambian de compañía; a veces dicen una cosa, y a veces
dicen otra. No son hombres que pudieran ir a la hoguera a morir; no son hombres
que saben cómo morir diariamente para estar listos a enfrentar la muerte cuando
se presente. Echemos un vistazo a nuestras reuniones de oración, con algunas
excepciones aquí y allá. Usted entra, habrán seis mujeres; y si acaso
suficientes miembros para hacer cuatro oraciones. Mírelos. Se llaman reuniones
de oración; reuniones de evasión deberían ser llamadas, porque la mayoría no
asiste, sino que las evitan. Y también son pocos los que concurren a las
reuniones de compañerismo, u otras reuniones que tienen el propósito de
ayudarnos unos a otros en el temor del Señor. ¿Cómo es la asistencia a estas
reuniones en cualquiera de nuestras capillas en Londres? Se dará cuenta que son
una o dos capillas las que mantienen estas reuniones. Ah! Amigos míos, son tan
pocos los que van, que juntando los de todas las iglesias, una o dos capillas
en todo Londres sería suficiente para acomodarlos. No tenemos entrega, no
tenemos vida, como una vez la tuvimos; si la tuviéramos, nos pondrían más
sobrenombres de los que tenemos; si fuéramos más fieles a nuestro Maestro; no
estaríamos tan tranquilos y confortables como lo estamos, si sólo sirviéramos a
Dios mejor. Estamos convirtiendo a la iglesia en una institución en nuestra
tierra – una honorable institución. Ah! Pensaría alguno, es una gran cosa que
la iglesia sea considerada una institución honorable! Yo pienso que cuando se
comienza a considerar así, es decir, cuando el mundo considera a la iglesia
como algo aceptable a sus ojos, es porque hemos decaído. La iglesia debe ser
desestimada por el mundo, y hasta maltratada, hasta que venga el día, cuando su
Señor la honre a causa de que ella lo ha honrado a Él – en el día de Su
retorno.
Amados, ¿Creen que es
cierto que la iglesia necesita avivamiento? ¿Sí o No? Me responden que No, “No
al grado que lo está exponiendo usted! Pensamos que la iglesia está en buena
condición.” Ustedes pueden suponer que la iglesia está en buena condición; si
es así, por supuesto no simpatizarán conmigo por predicar sobre este texto, y
exhortarles a orar de esta manera. Pero sé que hay otros entre ustedes que sí
están dispuestos a clamar, “La iglesia necesita un avivamiento”. Permítanme
amonestarles, en vez de quejarse por el ministro de su iglesia, en vez de
buscar fallas en las diferentes partes de la iglesia; clamen “Oh, Jehová, aviva
tu obra”, Oh!, Dice alguno, “si tuviéramos otro pastor”. Oh! Si el compañerismo
fuera diferente. Oh! Si el culto fuera diferente!, Oh! Si las predicaciones
fueran mejores. ¡¡¡Como si hubiera predicaciones del todo!!! Yo digo: Oh! Si el
Señor viniera a los corazones de los hombres! Oh! Si Él llenara de poder las
formas que ustedes usan!. Ustedes no necesitan nuevas maquinarias o nuevas
formas de hacer las cosas, ustedes necesitan la vida que hay en lo que tienen.
Si hay una locomotora en la vía férrea y alguien dice traigan otro motor, y
luego, traigan otro, y luego otro, no es que se necesite otro motor para que el
tren se mueva. Encienda el motor! Y échele combustible, esto es lo que se
necesita, de lo contrario el tren no se moverá nunca. No necesitamos nuevos
ministros, nuevos planes, nuevas formas, aunque se pueden inventar muchas; para
hacer que la iglesia sea mejor; lo que necesitamos es avivamiento en lo que se
nos ha dado. Ya sea el hombre que predica en la capilla y por el cual está casi
vacía, la misma persona por la cual las reuniones de oración son escasas; Dios
puede hacer que la capilla esté llena, abrir las puertas de la iglesia, y
traerle miles de almas a ese mismo hombre. No es otro hombre lo que se
necesita; lo que se necesita es que este hombre tenga la vida que Dios da. No
clamen por algo nuevo; no será más exitoso que lo que ya tienen. Más bien,
clamen: “Oh, Jehová, aviva tu obra!”; He notado esto en diferentes iglesias,
que el ministro ha lidiado con este problema. Ha intentado un plan, pensando
que tendría éxito, luego ha intentado con otro plan; y tampoco. Use el viejo
plan, pero póngale vida a ese plan. No necesitamos de nada nuevo. “Lo viejo es
lo mejor” – aferrémonos a la forma antigua, pero es preciso que lo hagamos con
vigor, con vida, o destruiremos la forma antigua. Oh!, Que el Señor nos diera
esa vida. La iglesia quiere avivamientos frescos, como en los días de
Cambuslang otra vez, cuando Whitefield predicaba con poder. Oh! Cuando cientos
de personas se convertían bajo sus sermones. Se ha documentado que hasta dos
mil casos creíbles de conversión ocurrían en un solo discurso. Oh! Anhelamos
las épocas en que los oídos estaban listos a recibir la palabra de Dios, y
cuando la gente deseaba beber de la palabra de vida, como en verdad lo es, la
verdadera agua de vida, que Dios le da al alma moribunda! Oh! Anhelamos la
época del verdadero sentir- la era de la profunda y continua pasión espiritual!
Roguemos a Dios por esto; pidámoslo en súplica. Talvez Él tiene al hombre, o
los hombres, en algún lado, que harán temblar la tierra de nuevo; talvez
incluso ahora Él va a derramar su poderosa influencia sobre los hombres, que va
a hacer que la iglesia sea en esta era tan gloriosa como lo fue en cualquier
época pasada.
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