8/6/10

¿DONDE, COMO Y CUANDO ADORAMOS?

Jesús entró en la barca de Pedro y comenzó a predicar. Jesús reclama la barca de Pedro. Él no solicita usarla. Cristo no llena un formulario ni pide permiso; sencillamente sube a la barca y empieza a predicar. El puede hacerlo. Todas las barcas le pertenecen. Es la barca del Señor donde usted pasa el día, se gana la vida, y en buena medida vive. El taxi que usted conduce, la caballeriza que limpia, la consulta del dentista que administra, la familia a la que da de comer y transporta: Esa es su barca. Tocándonos en el hombro, Cristo nos llama y nos dice: “Estás conduciendo mi camión”. “Estás presidiendo mi tribunal”. “Estás trabajando en mi puesto de trabajo”. “Estás a cargo del ala de mi hospital”. A todos nosotros nos dice: Tu trabajo es mi trabajo”. Un cuadro famoso presenta a una pareja de campesinos orando en el campo. Una iglesia se divisa en el horizonte, y una luz desciende del cielo. Sin embargo, sus rayos no caen sobre la iglesia. Tampoco sobre las cabezas inclinadas del hombre y la mujer. Los rayos del sol caen sobre la carretilla y la horquilla que se encuentran a los pies de la pareja.
Los ojos de Dios caen sobre el trabajo de nuestras manos. A El le importan nuestros miércoles como nuestros domingos. El borra las fronteras entre lo secular y lo sagrado. Sobre el fregadero de la cocina una mujer tiene colgado este lema: “Aquí se hacen tareas divinas todos los días”. En su oficina un jefe tiene el siguiente cartel: Mi escritorio es mi altar. Los dos tienen razón. A Dios le importan nuestro trabajo como nuestra adoración. Y en realidad, el trabajo puede ser adoración.

Tomado de: “Cura para la vida común” Max Lucado edit. G. Nelson

Nuestro comentario: Esto que dice el autor trae alivio y esperanzas a tantos que no tienen la oportunidad de “servir en la iglesia”. Bien podemos servir al Señor donde estamos y con las capacidades que tenemos. No hay servicios importantes y comunes; todo servicio y adoración a Dios son importantes. En tu barca, tu lugar de trabajo está tu servicio a Dios y tu lugar de adoración. Si así lo entendiéramos, ningún creyente sería chapucero en su trabajo, como, desgraciadamente los hay tantos.

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